En 1955, en pleno auge del comunismo ateo, Pio XII anunciaba la institución de la fiesta anual de San José Artesano. De hecho, esta fiesta, fijada para el 1 de mayo, viene a suprimir la del miércoles de la segunda semana de Pascua, mientras que la fiesta tradicional del 19 de marzo marcará de ahora en adelante la fecha más solemne y definitiva del Patrocinio de San José sobre la Iglesia universal.
El papa nos legó también esta hermosa oración para san José modelo de los trabajadores:
“Glorioso patriarca San José, artesano justo y humilde de Nazaret, tú nos has dado a todos los cristianos, y especialmente a nosotros, un ejemplo de vida perfecta a través del trabajo diligente y la admirable unión con Jesús y María.
Ayúdanos en nuestro trabajo diario para que nosotros, artesanos católicos, podamos también ver en él un medio eficaz de glorificar a Dios, de santificarnos a nosotros mismos y de ser miembros útiles en la sociedad en que vivimos. Estos deberían ser los ideales más altos para todas nuestras acciones.
Amadísimo Protector, obténnos del Señor humildad y sencillez de corazón, amor por nuestro trabajo y trato amable con nuestros compañeros trabajadores; conformidad con la voluntad de Dios en las pruebas inevitables de esta vida, así como espíritu dispuesto a sobrellevarlas con alegría; reconocimiento de nuestra misión social específica y sentido de responsabilidad; espíritu y disciplina de oración; docilidad y respeto a superiores; espíritu de igualdad para con nuestros pares; caridad e indulgencia con nuestros dependientes.
Acompáñanos en los momentos de prosperidad cuando se nos da oportunidad para un genuino disfrute de los frutos de nuestro trabajo; sosténnos en nuestras horas de tristeza, cuando el cielo parece cerrado a nuestro sentir, y aún las propias herramientas con que nuestras manos trabajan parecen rebelarse contra nosotros.
Concede que, imitándote a ti, podamos mantener nuestros ojos mirando a nuestra madre, María, tu amadísima esposa, quien mientras hilaba silenciosamente en un rincón de tu taller dejaba una dulcísima sonrisa dibujarse en sus labios. Y también, que nunca apartemos nuestros ojos de Jesús, quien estaba laboriosamente ocupado contigo en el banco de carpintero, para que al igual que ustedes podamos llevar en la tierra una vida santa y apacible, un preludio de la vida de felicidad eterna que nos espera en el cielo para toda la eternidad.
Amén.”