¿Era San José viejo o joven?

Sermón del venerable Fulton Sheen

La mayoría de las estatuas y representaciones de José que vemos actualmente son de un hombre viejo con una barba gris que protegió a María y su voto con un desapego que podría parecerse al de un doctor que levanta una bebé en una guardería. Por supuesto que no tenemos ninguna evidencia histórica sobre la edad de José. Algunos relatos apócrifos lo describen como un hombre viejo, y después del siglo IV los Padres de la Iglesia siguieron esta leyenda casi de manera rigurosa…

Pero al investigar por qué el arte cristiano tuvo que representar a José como una persona mayor, se descubre que se hizo con la intención de salvaguardar la virginidad de María, y de alguna manera avanzó sigilosamente la suposición de que la senilidad era un mejor protector de la virginidad que la adolescencia. Por lo tanto, el arte, inconscientemente, representó a un esposo casto y puro más por su edad que por sus virtudes. Sin embargo, esto es tanto como asumir que la mejor forma de demostrar que un hombre jamás volverá a robar es representándolo sin manos…

Pero más allá de eso, representar a José como un hombre viejo significaría que le quedaba poca energía vital, en vez de un hombre que teniendo esa energía la supo manejar para mayor gloria de Dios y sus santos propósitos. Hacer que José se vea como un hombre puro sólo porque su carne ha envejecido, es tanto como glorificar un arroyo en las montañas que ya está seco. La Iglesia no ordenaría al sacerdocio a un hombre que no esté en plenitud de sus potencias vitales. La Iglesia quiere hombres que pueda moldear, más que aquellos que son dóciles porque carecen de la energía para ser rebeldes; no debería ser diferente con respecto a Dios.

Sería razonable pensar que Nuestro Señor habría preferido elegir por padre adoptivo a un hombre que hubiese hecho sacrificios voluntarios, en vez de uno que hubiese sido forzado a hacerlos. Existe además el hecho histórico de que los judíos desaprobaban un matrimonio desproporcionado, lo que Shakespeare llamaba “crabbed age and youth” (edad avanzada y juventud). El Talmud admite un matrimonio desproporcionado sólo para viudos o viudas. Finalmente, parecería algo improbable que Dios hubiese vinculado a un hombre viejo con una madre joven de unos dieciséis o diecisiete años de edad. Si Él no desestimó entregar a su Madre a un hombre joven, Juan al pie de la Cruz, ¿por qué le habría designado un hombre viejo estando en el pesebre? El amor de una mujer siempre determina la forma en que un hombre ama; ella es la silenciosa educadora de sus facultades viriles.

En virtud de que María es lo que podría llamarse una “virginizadora” tanto de hombres como mujeres jóvenes, y la más grande inspiración de la pureza cristiana, ¿no sería lógico que hubiese comenzado por inspirar y “virginizar” al primer joven que quizás conoció en toda su vida, José el Justo? María habría obtenido su primera conquista no disminuyendo la facultad de José para amar sino elevándola, y en su propio esposo, el hombre que era hombre en todo el sentido ¡y no un simple guardián senil!

Probablemente José era un hombre joven, fuerte, viril, atlético, guapo, casto y disciplinado. En lugar de ser un hombre incapaz de amar, debió de haber estado ardiendo de amor. Así como daríamos muy poco crédito a la Santísima Madre si hubiese hecho su voto de virginidad después de los cincuenta años, de igual manera lo haríamos con José si se hubiese convertido en su esposo siendo ya mayor. En aquellos días, las chicas jóvenes como María hacían votos para amar únicamente a Dios, y también lo hacían los hombres, de entre los que José era uno tan prominente como para que se le conociera como “justo.” Por lo tanto, en vez de ser fruta seca para servirse en la mesa del rey, José era un capullo lleno de fortaleza y promesas. No se encontraba en el ocaso de su vida sino en el amanecer, pleno de energía, fortaleza y pasión controlada. María y José ofrecieron en sus nupcias no sólo sus votos de virginidad, sino también dos corazones de los que brotaban torrentes de amor tan grandes que jamás conoció ningún pecho humano…

¡Cuánto más hermosos se tornan María y José al mirar en sus vidas lo que se podría denominar el primer romance divino! Ningún corazón humano es movido por el amor del viejo por el joven; pero ¿quién no se siente movido por el amor del joven por el joven? Tanto en María como en José había belleza, juventud y promesa. Dios ama las cataratas caudalosas y cascadas torrenciales, pero las ama más no cuando se desbordan ahogando las flores que Él ha creado, sino cuando son controladas y aprovechadas para iluminar a una ciudad y saciar la sed de un niño. En José y María no encontramos una cascada controlada y un lago seco, sino dos juventudes que, antes de conocer la belleza de uno y la atractiva fortaleza del otro, estuvieron dispuestos a renunciar a todo eso por Jesús. Por lo tanto, los que se inclinaron sobre el pesebre del Niño Jesús no fueron la vejez y la juventud, sino la juventud plena, la consagración de la belleza en una doncella y la entrega del poderoso encanto de un hombre.