De la autobiografía de Santa Teresa de Ávila (de Jesús)

(Vida, VI, 5-8)

“Cuando vi el estado a que me habían reducido los médicos de la tierra y cómo estaba toda retorcida a tan corta edad, decidí recurrir a los médicos del cielo y pedirles la salud, porque aunque llevaba con tanta alegría aquella enfermedad, también deseaba ser curada. A veces pensaba que si tuviera que condenarme con mi salud, hubiera sido mejor permanecer así, pero al mismo tiempo imaginaba que con mi salud podría servir mejor al Señor. He aquí nuestro error: no querer ponernos enteramente en manos de Dios, que sabe mejor que nosotros lo que es mejor para nosotros.

Comencé a hacer celebrar misas y a recitar oraciones aprobadas.

Nunca me he sentido inclinado a ciertas devociones que practican algunas personas, especialmente las mujeres, que implican no sé qué ceremonias que nunca he podido tolerar y que a ellas les gustan tanto. Luego se descubrió que no eran convenientes y que olían a superstición.

Yo, por mi parte, tomé al glorioso San José como mi abogado y patrono, y me encomendé a él fervientemente. Este Padre y Protector mío me ayudó en la necesidad en que me encontré y en otras muchas más graves en que estaba en juego mi honra y la salud de mi alma.

Vi claramente que su ayuda siempre fue mayor de lo que yo hubiera podido esperar. No recuerdo haberle pedido jamás un favor sin obtenerlo inmediatamente. Y es cosa maravillosa acordarse de los grandes favores que el Señor me ha hecho y de los peligros de alma y cuerpo de que me ha librado por intercesión de este bendito Santo.

Parece que Dios ha concedido a otros santos el privilegio de ayudarnos en esta o aquella necesidad, mientras que he experimentado que el glorioso San José extiende su patrocinio sobre todos. Con esto el Señor quiere darnos a entender que así como estuvo sujeto a él en la tierra, donde como padre putativo podía mandarle, así también en el cielo hace todo lo que le pide. Otras personas que, siguiendo mi consejo, se han recomendado su patrocinio, también lo han reconocido por experiencia. Muchos otros se han convertido recientemente en sus devotos después de experimentar esta verdad.

Intenté celebrar la fiesta con la mayor solemnidad posible. Es cierto que puse más vanidad que ánimo, porque quería que todo se hiciera con refinamiento y escrupulosidad, pero la intención era buena. Además, éste era mi mal, que apenas el Señor me concedía la gracia de emprender alguna cosa buena, la mezclábamos con muchas imperfecciones y defectos. – ¡Dios me perdone si en cambio usé tanta industria y diligencia para el mal, para refinamientos y vanidades!

Por la gran experiencia que tengo de los favores obtenidos de San José, quisiera que todos se persuadieran a ser devotos de él. No he conocido a nadie que sea verdaderamente devoto de él y le preste algún servicio particular sin progresar en la virtud. Él ayuda mucho a quienes se recomiendan a él. Desde hace varios años le pido algún favor en su festividad y mis peticiones siempre han sido atendidas. Si mi pregunta no es tan directa, Él la aclara para mi mayor bien.

Si mi palabra pudiese ser autorizada, con gusto me detendría en los detalles de las gracias que este glorioso Santo me ha concedido a mí y a otros, pero no queriendo pasar los límites que me impone, en muchas cosas seré más breve de lo que quisiera, y en otras más largo de lo necesario: en fin, como quien tiene poco discernimiento en todo lo que es bueno.

Sólo pido por amor de Dios que los que no creen en mí, lo prueben y vean por experiencia cuán útil es encomendarse a este glorioso Patriarca y ser devotos de él. Las personas de oración deben tenerle especial cariño, porque no sé cómo se puede pensar en la Reina de los Ángeles y lo mucho que sufrió con el Niño Jesús, sin agradecer a San José que les fue de tanta ayuda.

Quien no tenga maestro de quien aprender a orar, que tome como guía a este glorioso Santo y no se equivocará.

Quiera el Señor que no haya errado al atreverme a hablar de él, porque aunque me profeso devoto suyo, sin embargo en el modo de servirle e imitarle estoy siempre lleno de defectos. Él, tal como es, me ha dado la capacidad de levantarme de la cama, enderezarme y caminar; y yo, siendo quien soy, le pagué maltratando su gracia.»